Azul fue a dar un paseo, si bien nunca entendió cómo, un presentimiento le comió la cabeza, no supo si era bueno o malo, solo sabía que algo grande
muy grande iba a pasar. Eran las 5 de la tarde y la playa tan perfecta se hallaba vacía; la única alma que rodaba en esas instancias era la suya, acompañada por los bailarines marinos que danzaban para su propio placer, la arena acariciaba sus pies. Ella se agachó y tomó algunos granos y teniéndolos en su mano soplo hacia delante,
siempre adelante . Las agua cristalinas y calmas ofrecían una invitación que Azul no pudo rechazar. Allí fue, a las 5.30 Azul se acercó a la orilla, tomó la balsa, se aseguró que estuviera firme y se largó al mar, con un rumbo desconocido, pero con el extraño parecer de que tardaría mucho en regresar. A las 6 de la tarde y un poquito más, Azul se encontraba en medio de un paisaje tan hermoso, tan puro, el Sol caía y cubría el cielo de un color
rojizo,
anaranjado y
amarillento hacia lo lejos. El movimiento del mar era producido sólo por la gran cantidad de peces que había. El aullido de las olas, chocando contra la madera de la balsa era música para sus oídos arruinados de tantas voces, de tanto
caos. Tantos quehaceres y obligaciones saturaban su mente día a día.
A las 6.30 cuando el Sol se despedía con sus últimos rayitos de luz Azul entró en un estado de paz interior indescriptible. La suavidad de la brisa, la claridad del agua y el baile de tantos animales marinos le provocaban sensaciones distintas.
No puede describirse lo que ella sentía, era tan confuso, felicidad y envidia al mismo tiempo. Amaba estar allí, sentada en esa balsa, contemplando semejante espectáculo, pero al mismo tiempo se quejaba por no poder estar
allí, abajo con ellos, con esa fauna acuática que ella tanto admiraba. Ser parte de eso y no de una humanidad ocupada tan sólo en ellos mismos.
Azul observaba a esos bailarines que no paraban de danzar, cada vez con más ímpetu, más fuerza, dando saltos sobre su cabeza, ella admiraba verlos pasar.
La tierra le parecía demasiado llena, de civilizaciones, de palabras, de
GRITOS. El agua la calmaba, la animaba hacia un mañana mejor, una sociedad mejor. Pero ella se sentía una sirena, sin cola. Aunque amaba el mar, sabía que solo sería una espectadora por el resto de su vida.
Desdichada mujer que maldecía su destino, se echó a llorar y en fin, a dormir.
5.30 de la mañana. Azul despierta, pero la balsa ya no está. Sus oídos duermen, por fin, ya no hay caos ni gritos, sólo
silencio. Ahora sí tiene cola. Ahora el sol se encuentra a lo lejos, detrás de una cortina de agua que se ve lejana. Su cuerpo ya no es el mismo, su alma sí. Su deseo se hizo realidad, no más gente, no más gritos. Ahora está entre peces, y es uno más. Ella no sabe si está soñando o si recién acaba de despertar, lo único que tiene más que claro es lo que está sintiendo. La felicidad pura por primera vez.
Resurrección.